jueves, noviembre 21, 2024

La palabra y la polarización

ARTÍCULO DE NURIA GISPERT DE CHÍA (COACH Y EMPRESARIA) / El lenguaje es la capacidad propia que tiene el ser humano para expresar pensamientos y sentimientos a través tanto de la palabra -oral o escrita-, como de los signos. Esta habilidad lingüística que los Sapiens adquirieron hace unos 70.000 años nos concedió la capacidad de comunicarnos ampliamente y con precisión diferenciándonos del resto de los habitantes de la Tierra.

Por Nuria Gispert de Chía, Coach y empresaria / 22 de noviembre de 2022

El lenguaje tiene el poder de resolver problemas, nos ayuda a interpretar y a comprender el presente. Las palabras tienen también el poder de emocionarnos y un efecto sanador y terapéutico; la palabra adecuada en el momento más necesitado ayuda a sobreponerse o a armarse de valor y nos pueden motivar a convertirnos en nuestra mejor versión. A su vez, las palabras tienen también el poder de herir, manipular, deprimir y paralizarnos. Pero lo más fascinante del milagro de la palabra y el lenguaje es la capacidad que nos confiere de materializar y compartir nuestra imaginación, de hablar de cosas que no existen, de crear conceptos nuevos, difundir ideas abstractas, lo que convierte el lenguaje, además, en un sistema de creación de realidad.

Nuestra percepción del mundo, de los sucesos y de las circunstancias que los rodean está filtrada por el lenguaje que utilizamos. Las culturas que poseen una gran riqueza semántica aprecian unas sutilezas que no puedan los que tienen un lenguaje más básico, quienes se ven obligados a utilizar términos absolutos y a reflejar la realidad de una manera más simple o dicotómica, producto de esa falta de matices.

El Diccionario de Inglés Oxford estima que Shakespeare inventó unas 1.700 palabras, que fue introduciendo en todas sus obras. Shakespeare inventaba palabras nuevas a partir de otras ya existentes con el fin encontrar un vocablo que pudiera transmitir un sentido más preciso. Lo hacía generalmente uniendo dos palabras, agregando prefijos o sufijos o transformando un verbo en adjetivo o un sustantivo en verbo.

De esta manera, podía profundizar en el significado más concreto. Por ejemplo, de la palabra “alone” (solo o sola), creó la palabra “lonely” (solitario o solitaria), añadiendo al concepto de estar solo la incapacidad de establecer un vínculo. A su vez, los japoneses, que consideran el concepto de estética como una parte integral de la vida cotidiana, pueden “percatarse de la profundidad misteriosa y la belleza del universo a través de su ofuscación” significado que encierra la palabra “yuguen” mientras que los de habla hispana nos quedaremos a menudo disfrutando de la belleza superficial de un objeto (una rosa es una rosa), sin poder apreciar la “perfección todavía más cautivadora que posee su belleza latente”.

El sentido que se le da a una palabra es también un reflejo de cómo la sociedad interactúa y va construyendo su consciencia colectiva. El concepto de “tiempo” no es el mismo en la cultura oriental, que es circular y se basa en las estaciones del año, que en la europea y americana, que se basa en un concepto lineal producto del intelecto humano (que consta de pasado, presente y futuro), donde al tiempo se le atribuye un valor y significa progreso; Difícilmente oiremos a una persona de tradición oriental afirmar “polvo que no echas, polvo que no ahorras”.

La palabra constituye, por lo tanto, un modelo de representación social que nos proporciona un código de comunicación común y que establece las normas y los límites que se encuentran dentro de la consciencia colectiva. De esta manera, la palabra nos ayuda a interpretar la realidad como miembros de una sociedad con la que compartimos un universo semántico. Cuanto más rico es un idioma y mejor se usen sus palabras, menos polarizada va a ser esa sociedad. Por lo contrario, cuanto más pobre sea el lenguaje que se utiliza, más propensión habrá en utilizar términos absolutistas que harán más fácil la mutación de las palabras en símbolos, los que remodelarán nuestra realidad haciéndonos pensar que lo que representan existe.

Se ha responsabilizado al auge de las redes sociales la polarización de las sociedades y mientras no podemos subestimar su impacto en este fenómeno, sí que debemos advertir que éstas actúan sólo como divulgadoras de información. La raíz de esta división se encuentra en la estrategia política, que a nivel mundial, se ha dedicado a simplificar el lenguaje: El discurso político se ha ido apropiando de las palabras, de su representación social y cultural, añadiéndoles unos valores nuevos que redefinen su significado. ¿Como podemos, entonces, conocer la realidad si nos llega el conocimiento adulterado? La transmisión del conocimiento está a propósito manipulada a través de palabras y frases desvirtuadas formando significados absolutistas que, con su ausencia de matices nos cargan instantáneamente con el poder de la verdad provocando la dicotomía y la polarización: estás conmigo o contra mí. 

La plasticidad de nuestro cerebro hace que éste responda a las palabras moldeando nuestras acciones. José Saramago, premio Nobel de literatura, dijo en un discurso en el 2004 que las “palabras no son ni inocentes ni impunes” y que por lo tanto había que decirlas y pensarlas de forma consciente. Asegurarnos de usar palabras que aúnan y no causen daño es determinante para lograr sociedades más justas y prósperas. Una sociedad polarizada será más lenta en su desarrollo ya que le será más difícil llegar a acuerdos para acometer las reformas esenciales para su progreso.

Disponemos de unas lenguas ricas, exijamos hacer buen uso de ellas.