jueves, noviembre 21, 2024

Las ‘lagrimas de Merkel’: así cumplió la canciller alemana su objetivo de comunicación

ARTÍCULO DE FRANCIS OCHOA (CONSULTORA DE COMUNICACIÓN) / Ángela Merkel tenía un objetivo y lo consiguió. Solo pocos días después de su discurso en el Bundestag se endurecieron las medidas contra la pandemia en todo el país. Lo llevaba intentando desde hacía tiempo.  ¿Qué pudo ser diferente esta vez?

23 de diciembre de 2020

La primera regla cuando vas a comunicar: tener claro el objetivo. En este caso, su convicción absoluta de que debía seguir intentándolo. Aprovechó la ocasión que le brindaban un momento y un espacio destinados a debatir los presupuestos, y centró su intervención en el coste humano de la pandemia. Se trataba de sensibilizar a los alemanes de la gravedad de la situación. Quizá así los gobiernos regionales que en esta segunda ola poco caso le habían hecho, tomaran nota.

Su intervención tuvo eco en los medios de todo el mundo sobre todo porque se emocionó. Una emoción contenida -eso es mucho en la política germana-.  ¿Lloró Ángela Merkel? Yo no termino de ver las lágrimas. Lo que sí se aprecia es la rapidez de su parpadeo en distintos momentos del discurso. Y si se considera normal parpadear una vez cada cinco segundos, los ojos de Merkel lo hicieron a mayor ritmo, posiblemente para controlarlas.

¿Y qué otros elementos del discurso pudieron contribuir a sensibilizar a unos y a otros? Siempre el contenido, aunque estemos acostumbrados a que esto solo no basta. Quizá también su “antidiscurso” en cuanto a comunicación no verbal se refiere. En lenguaje gestual, ¿recomendaríamos cerrar los puños? ¿dar golpes en el atril? ¿juntar las palmas de las manos tantas veces en actitud de plegaria? En el lenguaje paraverbal, ¿recomendaríamos un tono tan enfático y severo, casi de bronca? Merkel lo hizo todo junto. Y funcionó.

La gesticulación acompañó a la entonación. No preparó ni una ni la otra. Nacieron de su verdad, de las palabras que sí escribió para que significaran lo que significaron, muy alejadas de las que se impostan y retuercen. Un lenguaje muy sencillo y meditado para exigir el mayor aislamiento posible en estas fechas y salvaguardar a los mayores. Un lenguaje con el que también empatizó con aquellos a los que iba a señalar (a los ciudadanos bebiendo en las calles y a los pequeños puestos de venta de vino caliente): “Lo siento desde el fondo de mi corazón, pero cuando pagamos el precio de 590 muertos en 24 horas, en mi opinión, no es aceptable. Y apeló a todos los alemanes representados en el Bundestag: “¿Qué diremos cuando echemos la vista atrás en una situación tan excepcional como esta en un siglo, si no somos capaces de encontrar una solución para estos tres días?

Salvando las debidas distancias, un momento sangre, sudor y lágrimas para Alemania, para Europa, para el mundo. La canciller sobria y creíble apostó por la razón, pero también por la emoción. Controló sus ojos, aunque no nos impidió ver, y dio rienda a sus palabras y a sus gestos.  Y se produjo la mágica unión entre orador y audiencia. Y no solo conmovió, también persuadió. Y persuadir, lo que se dice persuadir -ergo, mover a la acción- no es algo que ocurra todos los días.