ARTÍCULO DE MÉRIDA MIRANDA. Conversar en un grupo de nacidos entre los años 80 hasta los 2000, es lo más parecido a observar el funcionamiento de una mente colmena. Cuando nos comunicamos, la mitad de nuestra plática está copada por constantes referencias, especialmente provenientes de la cultura popular y digital, que siempre tienen dos características principales: son globales y son compartidas.
Por Mérida Miranda, Consultora Estudio de Comunicación, 29 de septiembre de 2021
Nos sorprenden las grandes bandadas de pájaros o los inmensos bancos de peces cuando, todos a la vez, ejecutan quiebros imposibles sin chocar entre sí como si fueran un solo ente; nos impresiona cuando un niño de muy tierna edad agarra un dispositivo inteligente e, inmediatamente, realiza gestos táctiles con la naturalidad de quien ya sabe operar el aparato. En definitiva, nos desconciertan los comportamientos, a priori, espontáneos, pero organizados, y no nos damos cuenta de que, todo este tiempo, se trataba de la utilización del lenguaje. En realidad, la comunicación todo lo mueve y, como es lógico, cada animal, persona, rebaño o grupo con distintos formatos tienen sus propios códigos.
A estos misteriosos fenómenos se los asocia con el concepto de mente colmena, es decir, la habilidad de un colectivo de comunicarse entre ellos al unísono, o la capacidad de un individuo de conectarse a un conocimiento colectivo, como una conciencia global que se nutre de sujetos diferentes, y viceversa. Sin embargo, no hace falta mirar al cielo para constatar este hecho. Basta con bajar una tarde a tomar un café con mis amigos millennials.
Conversar en un grupo de nacidos en esta generación, que abarca desde los años 80 hasta los 2000, es lo más parecido a observar el funcionamiento de una mente colmena. Cuando nos comunicamos, la mitad de nuestra plática está copada por constantes referencias, especialmente provenientes de la cultura popular y digital, que siempre tienen dos características principales: son globales y son compartidas.
Lo más habitual en los grupos de amistades es que todos los integrantes compartan, en mayor o menor medida, los mismos gustos e intereses; y que, por lo tanto, vivan en la misma cámara de eco digital en sus redes sociales, alimentados por unos algoritmos que los conocen a la perfección y les muestran todo aquello que quieren ver o, al menos, a lo que quieren ser expuestos en cuanto a entretenimiento e información se refiere. Esto genera un mundo ficticio y digital al que, sin ser conscientes de ello, pertenecen conjuntamente estos grupos de amigos. Extrapolándolo a toda una generación, que ha crecido en unas condiciones digitales muy particulares y concretas (principalmente, la eclosión y desarrollo de internet), y lo que es aún más importante, del que han formado parte con su propia aportación e interacción, se ha conformado una moderna cueva de platón de referencias compartidas.
Nos hemos acotado por segmentos de interés a nosotros mismos, sin siquiera darnos cuenta. Para las empresas es crucial conocer esto, y dar una imagen a su público de que son conscientes de su cultura y sus códigos, que “hablan su mismo idioma”.
“Sí soy”
Todo este crisol de elementos digitales y generacionales ha dado lugar a un lenguaje propio, plagado de referencias de contenido de una cultura, no tanto popular, más bien, de nicho. Al estar expuestos a los mismos contenidos e informaciones en una época en la que el internet todavía proliferaba, todos pueden captar al vuelo las referencias a, por ejemplo, un vídeo viral de hace siete años. Hasta tal punto se da este fenómeno, que el propio vocabulario incorpora frases y expresiones que, fuera de su contexto, perderían su significado. Sin embargo, la fuerza de la memoria colectiva se lo devuelve. De aquí, incluso, podríamos partir a otras cuestiones, como el nacimiento de un spanglish generalizado, fruto de los elementos digitales virales originados en el extranjero, o la transformación a otros formatos, como la evolución de los memes.
Al mismo tiempo, al ser un lenguaje muy de nicho, lo mismo que le da libertad y amplitud para reproducirse, se queda muy delimitado y muere en otros terrenos. De ahí que la generación millennial y la z se estén separando cada vez más en cuanto a segmento de mercado.
Muchos pueden pensar que se trata de un vocabulario que empobrece el lenguaje o que simplifica sus códigos, pero no es otra cosa que un próximo paso en la evolución, de igual manera que si Séneca o Marco Aurelio nos escucharan hablar, se llevarían las manos a la cabeza, creyendo que hablamos un pésimo latín. La globalización es un elemento muy positivo que enriquece nuestra comunicación y nos conecta a todos, independientemente de nuestro idioma, nuestra cultura e, incluso, nuestro huso horario, permitiéndonos compartir y disfrutar desde cualquier parte del mundo y uniéndonos entre nosotros. ¡Celebremos la cultura milennial!