ARTÍCULO DE RAMÓN GONZÁLEZ BERNAL (ATREVIA) / En la Alhambra hay un edificio que no parece encajar. De planta cuadrada y sobrio en su interior a diferencia de las construcciones islámicas que lo rodean. Que para muchos quita armonía al conjunto de la colina de la Sabika y fue erigido más de dos siglos más tarde.
Por Ramón González Bernal, Director de la Oficina de ATREVIA en Bruselas / 4 de octubre de 2023
Carlos V quería una residencia estable en ese entorno y mandó ampliar el conjunto mediante la construcción de un palacio bellísimo, renacentista o manierista aún años antes que Palladio y el manierismo italiano. Que se integraría en el conjunto y cumpliría esa función pero también, indirectamente, otra más importante: salvaría a la Alhambra del destino más probable de la época, su demolición. La Alhambra no quedo indemne. Con la construcción del Palacio de Carlos V se derribó al menos una construcción, pero el conjunto se mantuvo sin perder su esencia de fortaleza-palacio nazarí.
Esta semana se reúnen, también en Granada, los líderes del Consejo Europeo, en un encuentro donde los jefes de Estado o de Gobierno de los veintisiete no negocian ni adoptan legislación en estos encuentros, pero sí definen las orientaciones políticas de la UE y se establecen objetivos. El encuentro tendrá mucho de definir cómo queremos que sea la Unión en el futuro, si queremos reformarla y facilitar la entrada a nuevos socios manteniendo los valores fundamentales por los que se creó. Ampliar o reformar el club requeriría cambiar la forma pero también el funcionamiento interno del mismo y quizá salvarlo, o al menos no dejar que se estanque ante una dinámica creciente de bloqueo.
Y es que este debate para acoger en un futuro próximo a algunos Estados, como Ucrania – con lo que supondría respecto a la Política Agrícola Común y un imprescindible apoyo a su reconstrucción-, llega en un momento crítico por varias razones. Por una parte, la contestación y las piedras en el camino para lograr consensos de Polonia o Hungría puede encontrar un mayor apoyo en Eslovaquia, tras las recientes elecciones. Junto a ello, la coyuntura determinada por los cambios geopolíticos y las crisis transnacionales de los últimos años señalan en una dirección, como indicaba recientemente la decana de la Paris School of International Affairs, Arancha González-Laya: estamos en un momento fundacional para convertirnos en gran actor geopolítico. Si queremos serlo y aumentar nuestra capacidad de acción, tenemos que estar preparados para una ampliación que fortalezca tanto el Estado de Derecho en nuestro entorno como la legitimidad y el funcionamiento democrático interno.
La influencia de Rusia provoca una cierta sensación de urgencia por incorporar a nuevos socios de nuestro entorno geográfico -el propio presidente del Consejo, Charles Michel, ha fijado un marco temporal, 2030- pero hacerlo sin cambios estructurales de calado sería un error fundamental. Una posible revisión de los Tratados, como ya sucedió en la ampliación de 2004, podría ir acompañada de una reflexión profunda sobre cómo tomamos las decisiones, creando un nuevo sistema que sustituya a la unanimidad por las mayorías cualificadas, un reparto diferente de escaños en el Parlamento, una rebaja en el número de comisarios (actualmente uno por país) o una reforma profunda de los presupuestos de la Unión.
Todo estas cuestiones están sobre la mesa, en un debate impulsado -aunque no apoyen en un principio todas las reformas de calado- por el propio eje franco-alemán. Y todas las posibles reforman para la ampliación cuentan con una línea roja: el Estado de derecho no es negociable en el funcionamiento interno de la UE y debe seguir siendo una condición previa para unirse. La Unión se construyó sobre el comercio y se fortaleció desde la confianza mutua y la adhesión a los principios democráticos.
La posibilidad de una ampliación puede ser una gran oportunidad para que algunos países de nuestro entorno crezcan en esa dirección pero también para desactivar esa querencia por el bloqueo a algunos de los valores fundacionales con el que ciertos gobiernos del club comunitario se empeñan en amenazar. La política migratoria es un claro ejemplo de ello y otro de los grandes asuntos a tratar esta semana. Una reforma que se lleva discutiendo más de 3 años, que busca que los socios compartan la responsabilidad por la recepción de migrantes o cubran los costes de su acogida y que se encuentra con posiciones tan antagónicas como las de los Estados que plantean reservas sobre los efectos de la nueva y potencialmente estricta regulación sobre los derechos de los solicitantes de asilo y aquellos, como Hungría y Polonia, que rechazan cualquier tipo de regulación común.
Crecer en socios, derribar alguna de las viejas estructuras y la posibilidad de incorporar a nuevos actores, siempre desde el análisis caso a caso, puede servir para salvar una dinámica de vetos y concesiones y reencontrarse con la esencia de la Unión, abordando reformas que nos preparen para una futura ampliación pero que, sobre todo, serían ya útiles para un funcionamiento más eficiente las estructuras de los veintisiete.
Veremos si esta semana en Granada los líderes de la Unión deciden iniciar un proceso que, al igual que la colina de la Sabika hace casi cinco siglos, modifique su forma sin cambiar su esencia y su función.